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Por la tierras de Las Hurdes: Brujas y 'Zajurilis', en Plan Ve, de Félix Barroso Gutiérrez

 

Por las Tierras de Las Hurdes: Brujas y ‘Zajurilis’ (II)

AUTOR

Félix Barroso Gutiérrez

Aprovechando que el río Alagón, y también la Rivera del Bronco, pasan por términos de mi pueblo, me permito, aquí y ahora, enviar un aviso a los navegantes.  Nos llegan a nuestros canales semicirculares del oído que nuestras publicaciones se convierten con harta frecuencia en lo que catalogan como un popurrí de chirriantes ideas lanzadas al vuelo.  Lógicamente, como no podría ser de otra manera, esos salivazos proceden de gente ortodoxa, de orden, conservadoras y con unos tufos de gatopardismo que espantan: ‘es preciso cambiar algo para que nada cambie’

Beatriz, nombre que embruja, y, por ello, Beatriz Portinari se erigió en la musa de Dante Alighieri, el famoso poeta italianao. (Pintura de Williamm Dyce, pintor escocés)

Nosotros escribimos como nos da la real gana, siendo respetuosos y honestos con los demás y con nosotros mismos, sin que el texto pierda su hilo argumental.  Y si comentamos que una musa de ojos como las bellas alas de la mariposa ‘Morpho’, estilizada y sinuosa anatomía, experta en francas literaturas y patinadora que se desliza con agilidad por pistas que puede que lleven a invisibles edenes, no decimos nada atentatorio contra nadie.  ¿Cómo dar de lado a una musa que te guía la pluma con atinado acierto?  Solo, sin que conozcamos los motivos ocultos o inexistentes y desconocidos agravios, puede llegar a obturarnos cartílagos traqueales; o lo que lo mismo: cerrarnos a cal y canto todas sus puertas y ventanas, bajando incluso las persianas, impidiéndonos impregnarnos de la romántica aureola que la envuelve…  Entonces, solo entonces, será el momento de decirle adiós y pasar página. Que alguien se apuñale el corazón y le entregue toda su sangre a quien incita su estro, recibiendo tan solo la frialdad del silencio, condenándole sin motivación y quitándole el único apoyo posible, que es el diálogo, no es de recibo y resquebraja coraza ósea del cerebelo.  Contra la obcecación silenciosa, nos vemos inermes.  ¿A qué, pues, airear consignas tales como ‘hablar quita dudas’, ‘hablar evita que las relaciones se rompan’ o ‘hablar evita sobrepensar’?  Sería una Beatriz (Portinari de apellido) la musa del famoso poeta Dante Alighieri, como lo fue Julia Espín de Gustavo Adolfo Bécquer, Camille Claudel de Auguste Rodin o Audrey Hepburn de Hubert de Givenchy (¡oh, Audrey Hepburn!  Un buen espejo donde mirarse y sin herméticos cierres cibernéticos, que embarbascan las aguas del querer).  Basta con cuatro ejemplos.   Musas que llegaron a vivir apasionados romances con aquellos a quienes inspiraban.  Amor sin resquemor, o con él, que devino en odio.  ¿De amor al odio hay solo un paso?  Decía el maestro espiritual bengalí Sri Chinmoy que ‘el odio es una forma disfrazada de amor’.  ¿Escuchasteis alguna vez al cantante de jazz Nat King Kole entonar aquello de: ‘A veces te amo, a veces te odio; pero cuando te odio es porque te amo’?  Visto lo visto, trastocado nuestro camino por ese silencio que atruena los oídos, hacemos votos para que se pose sobre nuestros hombros una bella bruja, como aquella Teodolinda que dejamos atrás, en el capítulo anterior.  Toda una reencarnación de las brujas que siguieron siendo brujas, herederas de las sibilas anteriores al siglo XIII, imbuidas de saberes ocultos que aplicaban con virtuosa mano en sus comunidades.  Una musa que se introduzca en nuestras aurículas y ventrículos y se establezca, así, mutua complicidad de obra, pensamiento y palabra.  Mientras tanto seguiremos por nuestros vespertinos caminos de anacoreta (desposeída la palabra de todo significado religioso), que ya sacamos buena ración de pasadas bohemias, y hora es de buscar la serenidad interior y la armonización con la naturaleza.   Así que, aquí, paz y, después, gloria.  Las cosas claras y el chocolate espeso.

Foto-documento, antigua, del convento de la Virgen de la Peña de Francia, regido por dominicos, llamados antiguamente por los jurdanos como “freiris brancus”.(Foto: Biblioteca digitalizada C.L.)

Juan García Atienza

Juan García  Atienza, ilustre escritor, documentalista, guionista y director de cine, y gran amigo nuestro.  Se nos fue en junio de 2011 y no nos enteramos hasta meses después, por la prensa. (Foto: TEL-9)

Sobre Juan García Atienza tendría para escribir todo un libro.  Más que de sobra conocido internacionalmente por su biografía de escritor, documentalista, guionista y director de cine.  Tengo todo un brazado de cartas de él.  Se pateó los terruños jurdanos varias veces.   Gonzalo Martín Encinas, ‘galicianu’ (así denominan a los hijos de la alquería jurdana de La Aceitunilla (en documentos antiguos, ‘La Azeytuna’), iba abriendo el camino entre los brezos de las cordilleras.   También hizo de acémila, llevando a las costillas a la buena amiga María del Carmen Sevillano Sanjosé cuando se acercó por estos serrijones pizarrosos para ver in situ los petroglifos de la zona, metida de lleno en su tesis doctoral sobre ‘Los Grabados Rupestres en la Comarca de Las Hurdes’.  Gonzalo la ‘montaba al concu’ y así vadeaba mejor, sin mojarse los pies, arroyos, ríos y gargantas.  Sabido es que el valenciano García Atienza, con el que sellé estrecha amistad, tenía debilidad por los mundos misteriosos, mágicos y heterodoxos.  Fue otro de los que se sintió aprisionado por los insondables arcanos de la zona.  En cierta ocasión, me encargué de allanarle el camino para hablar con ciertas jurdanas que cargaban con el sambenito de ‘brujas’.  Y hablamos de ‘sambenito’ porque históricamente está demostrado que fue en el siglo XIII cuando, de manera lenta pero imparable, estas mujeres sabias, visionarias, con formas de pensar diferente, adelantadas a su tiempo, mantenedoras de virtuosas prácticas paganas y con ciertos poderes telequinéticos, pasaron a ser criminalizadas por los sermones eclesiásticos.  La proliferación de las doctrinas maniqueas, sobre todo la de los albigenses, enloqueció a la Iglesia y hubo que buscar chivos expiatorios.   Hasta estos intrincados rincones llegó el odio y el fanatismo.  Las ideas misóginas se cebaron en las mujeres, acusándolas de un apetito sexual insaciable, de desparramar embustes y de ser ambiciosas, crédulas y malvadas.   Se decía que habían sellado un pacto con el diablo y que sus artes diabólicas buscaban la destrucción implacable de la naturaleza y la infertilidad de las féminas; que volaban por los aires, se transformaban en animales y cometían las más abyectas atrocidades.  Corrieron estas tropelías como la pólvora y fueron denostadas, acosadas, perseguidas y quedaron expuestas a terribles palizas por parte del vecindario, no de todos, sino de los más serviles y fáciles de embaucar por los poderes fácticos, que, luego, les recompensaban y sus nombres eran citados como ‘fieles servidores de Dios Nuestro Señor’.  Los sermones apocalípticos desde los púlpitos, lanzados por los tonsurados, ensalzaban a estos soplones y maltratadores y hacían temblar con las penas del infierno a quienes fueran cómplices de las ‘adoratrices del diablo’.

Gonzalo Martín Encinas, de la alquería jurdana de La Aceitunilla, tenido por el mejor danzarín de Las Hurdes.  Se nos fue demasiado pronto.  Era el que hacía de acémila, cargando a sus espaldas a María del Carmen Sevillano Sanjosé, a fin de vadear cursos como se narra en la crónica.  (Foto: F.B.G.)

Juan habló con varias brujas, tras tejer un servidor la trama correspondiente.  Lógicamente, en los años 90 del pasado siglo, la furia persecutoria de estas mujeres había menguado ostensiblemente.   Incluso muchas de ellas ya habían perdido todo su poder maléfico y habían pasado a la orilla de las curanderas y ‘entendías’, ganándose, como en los tiempos anteriores al siglo XIII, la confianza de la comunidad vecinal, que demandaba sus remedios para sanear alifafes y dolencias varias, incluidas algunas de índole más psíquica y emocional.   Recordaba Juan las grabaciones que realizó a una vecina que le decían la ‘Tía Florenta’ o ‘Tía Florencia’, mujer con una mente abierta y de talentosa agudeza.  Era analfabeta, pero tenía una gran inteligencia natural.  Conservaba en su memoria un legado de una sorprendente riqueza antropológica.  Se consideraba heredera de las antiguas ‘mengas’: mujeres que ponían al servicio de la comunidad sus saberes y poderes, buscando siempre hacer el bien sin mirar a quién.  Tuvo amistad con un médico destinado a la comarca, el cual le envió a algunos pacientes medio desahuciados o con males crónicos que les producían perversos padecimientos.  Prácticamente, logró remediar a todos ellos.  A Juan se le abrieron otras puertas de paisanas que conocían la virtud de las plantas, de las piedras y de los astros, como ‘Tía Teresa Japón’, abuela materna del amigo Gonzalo Martín Encinas, y sobre la que un servidor escribió un montón de líneas en la ‘Revista de Folklore’, que sigue dirigiendo otro ínclito y buen amigo: Joaquín Díaz González.  O Tía María Sánchez, La Sandina’; Tía Cruz Hernández, ‘La Jabichuela’Tía Encarna Bravo, ‘La Encarnina’Tía Gilda Velaz, ‘La Mantera’…  Confraternizamos Juan y yo en largos tiempos en que nos hacían guiños las estrellas.  Me comentó que tenía en su cabeza un documental, y tal vez un libro, sobre Las Hurdes.  Pero el tiempo fue pasando con sus sombras y sus luces y, aunque, de vez en vez, sonaban los teléfonos, la distancia, que no el olvido, fue diluyendo nuestras respectivas presencias.  Nadie me habló de su fatídica fecha: 16 de junio de 2011.  Me enteré por la prensa.  Se nos había ido el descubridor de la España mágica.  Ya no está de pie sobre esta tierra.  Ni siquiera es polvo cósmico.  Pero perdura su memoria.  Ella durará mientras nuestro planeta siga girando alrededor del sol.